Las entrañas se estrujan por la mezcla de emoción, ansiedad, alegría, nervios.
La incontinencia del abrazo.
Ya sea que estés de un lado o del otro, el corazón palpita fuerte, se cierra la garganta y planeamos qué diremos al encontrarnos, si es que nos salen las palabras. De un lado, las ganas de descargar la vejiga y estirar las piernas, la adrenalina de pasar por migraciones, el proceso de buscar la valija y recorrer el laberinto que desemboca en el interminable pasillo.
Del otro, la puerta que se abre y amaga con mostrar a esa persona que el alma anhela , un segundo sin respirar hasta verificar que aún no ha llegado, mientras vemos otras miles de caras, diferentes historias y las más variadas circunstancias de viaje. Algunas culminando en un abrazo y lágrimas de alegría, otras en un apretón de manos formal, distante, profesional; la más triste es aquella que continúa hacia la salida, hacia un taxi, solitaria.
María Agustina Irigoytia – 02/07/2017